«El artista sueña parecerse a su obra»: Entrevista a Christian Boltanski

25 03 2008

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FIETTA JARQUE 22/03/2008
Babelia.com

Ha creado un universo inquietante con sus impactantes altares a los muertos, pero el artista francés se reafirma en su culto a la vida

Teatros de sombras, bombillas desnudas en torno a fotos borrosas de gente desaparecida o muerta, viejas cajas de hojalata, ropa usada. El mundo creativo de Christian Boltanski (París, 1944) parece ser el de un largo duelo que no cura el tiempo. O el de un obsesivo constructor de altares paganos. Artista de importante trayectoria es, sobre todo, una especie de escenógrafo de ultratumba, como puede verse en la exposición que tiene ahora en Palma de Mallorca. En el silencioso oratorio del siglo XIII que pertenece a la galería Kewenig despliega una temblorosa danza de pequeñas sombras diabólicas, junto a un fantasmal vídeo de su rostro en distintas edades. Pese a la constante presencia de la muerte en su trabajo, Boltanski es un hombre más atado a lo terrenal que a lo de ultratumba. Un excelente conversador, sobre todo si hay una selección de embutidos, pan y una botella de vino de por medio. Mientras habla va cortando con fuerza rodajas de chorizo con un cuchillo corto y de hoja gruesa. Mastica y observa con los ojos vidriosos mientras oye la pregunta.

«El culto al dinero, como en la feria de arte de Miami, está a punto de acabar. El sueño de las utopías está regresando»

P. Suele construir pequeñas escenas en sus instalaciones. A pesar de eso ha manifestado en ocasiones que usted es ante todo un pintor.

R. Suelo decir que soy un pintor en parte para desconcertar a la gente, y también porque no creo en el progreso del arte. Yo hago el mismo trabajo que los que en el pasado pintaban un mural al fresco en una iglesia o tallaban mármol. Intento plantear algunas preguntas, no a través de las palabras, sino con asociaciones visuales. Estoy del lado de la visión y no de las palabras.

P. Su obra parece pedir entornos como iglesias o edificios antiguos donde encuentra las atmósferas más adecuadas.

R. Es lo que me gusta y lo que busco. Cuando me pidieron exponer en el centro de arte de Santiago de Compostela el edificio moderno me pareció bello pero no me apeteció exponer allí. Así es que me consiguieron permiso para hacerlo en una iglesia que estaba al frente. Un día estaba yo a la entrada y una señora mayor me preguntó qué pasaba ahí dentro. Le contesté que iba a haber una ceremonia para los muertos. Ella aceptó mi explicación y la comprendió perfectamente. Si yo le hubiera dicho que era un artista conceptual enviado por el museo de arte contemporáneo, se habría dado media vuelta. Y, de haber entrado en el museo, no le habría gustado la muestra. Esa mujer cumplió mi sueño de un espectador.

P. ¿No le gusta exponer en museos?

R. Suelo decir, medio en broma, que muchas de las ciudades europeas crecieron en torno a una reliquia. Una pequeña bolsa con huesos a cuyo alrededor se construía una catedral y que atraía gente de muchos lugares, lo que ocasionaba el crecimiento económico. Ahora sucede lo mismo en sitios como Bilbao. Allí también se trajo una «pequeña bolsa de huesos», se construyó una gran catedral del arte y la ciudad se enriqueció. Los museos son las nuevas iglesias; aunque las antiguas eran más generosas y abrían sus puertas a todo el mundo.

P. ¿Una obra de arte es algo vivo?

R. Las obras viven en manos del artista de forma temporal, viven una especie de reencarnación. Yo suelo destruir el 60% de las obras después de cada exposición. Y hago una especie de tumba con las que me gustan menos. Hay pocas que merezcan ser conservadas. Al norte de Japón hay una de mis piezas, de tamaño monumental, en un antiguo colegio abandonado. En las afueras de París, en los sótanos del conservatorio de música, hay otra obra enorme. Es muy difícil poder verla porque hay que pedir permisos y todo eso. Es como si estuviera muerta. Pero me gusta saber que esas obras están allí, secretamente, aunque nadie las vea. Ahora estoy preparando otra en el mar de Japón. Alguien me ha dado una pequeña isla para instalarla allí.

P. ¿Le gusta eso?

R. Hace años participé en una exposición colectiva en la que a cada persona se le daba una llave en la que figuraba una dirección. Una de ellas era de un garaje de Moscú donde había una obra de Kabakov. Otra de Rothko, en una montaña de México. Tenías en la mano la llave de la belleza pero tenías que ingeniártelas para hacer el viaje en su busca. Muchos se metieron la llave en el bolsillo y no hicieron nada.

P. Las fotos en sus trabajos son siempre difusas, fantasmales. Me lo imagino fascinado la primera vez que vio en un laboratorio cómo aparecía la imagen en el papel…

R. Yo siempre quise que mis fotos fueran o parecieran de mala calidad. Mi primer trabajo lo hice en el pequeño laboratorio de un amigo fotógrafo. Me dijo que él me haría el revelado pero pidió que no lo dijera nunca porque su prestigio quedaría en entredicho.

P. …y el que se hizo famoso fue usted…

R. Yo siempre quise ese efecto en mis fotos. Mi gran orgullo hoy es no tener asistente ni secretario. Desconfío de los artistas que se convierten en directores de una pequeña empresa. Yo procuro hacer las cosas yo mismo. Puedo enviar a soldar algo, pero suelo trabajar solo. Y eso me da una gran libertad. También es que pienso que la emoción está en las cosas mal acabadas. Además, el hecho de no tener asistentes me permite no trabajar. Yo me paso la mayor parte del tiempo acostado en la cama, sin hacer nada. Trabajo poco. Veo la televisión.

P. La fragilidad es quizá una de las claves de toda su obra, más que la presencia de la muerte o la pérdida de la identidad.

R. Sí, quizá porque la vida es algo tan frágil. Puede sonar pretencioso, pero siempre he creído tener un lazo con Giacometti. Él hizo una y otra vez el retrato de su hermano y en cada caso sintió que fracasaba. Es sublime: erraba y volvía a empezar. A mí me pasa algo así. En mi vida persiste la idea del fracaso. Hay siempre algo que no es del todo como debería ser. A veces cuando creo conseguirlo puede ser tan frágil que se quiebra. Y debo recomenzar. La idea del error, del fracaso está asociada a la de la vida. Es imposible conservarla. Se escapa siempre.

P. Usted ha trabajado mucho con la memoria de víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Hoy se publican cada vez más libros y se hacen más películas sobre esa época. ¿No han cerrado las heridas?

R. La memoria de esa época estuvo oculta mucho tiempo. La primera película que se hizo en Francia creo que fue de Alan Resnais, en 1956 o así. Muchas cosas quedaron silenciadas durante décadas. Lo que pasa ahora es que para mi generación y la posterior a la mía es imposible ya creer en las utopías. El ridículo fin del comunismo, con todos estos señores nuevos ricos, ha hecho que se destruya la idea de la utopía. Y sin embargo, creo que ahora hay una nueva generación que sí cree en los sueños y que el sueño de las utopías está regresando. Cada vez hay más artistas soñadores. Por eso pienso que el tiempo de ferias de arte como la de Miami está por terminar. Yo he estado ahí, vendo mis obras. Pero todo ese culto al dinero está apunto de acabar. Todos mis amigos artistas que han vuelto de esa feria lo han hecho disgustados. Avanza una nueva generación más desinteresada, más utópica. Van a vender, pero no de esa manera. Habrá una buena pequeña crisis y todo volverá a comenzar.

P. En esta exposición hay dos piezas autobiográficas. En esta etapa se está concentrando más en su propia persona que en la de los demás, como hacía antes.

R. Es que antes que la propia muerte está la muerte de los otros. Hay una diferencia. Durante mucho tiempo me preocupó la desaparición de los demás. Pero eso cambia. Ahora se acerca a mí. No hay que mirarlo de forma negativa tampoco. Porque cuando hablo de mí hablo también de los otros. Lo grande del arte es que siempre se habla de uno mismo pero uno se convierte en los demás. Lo personal se hace colectivo. Pienso que al final el artista no es más que su obra y ésta es como su reflejo. Giacometti, al final de su vida, parecía un giacometti. Bacon terminó por parecer un bacon, con la cara deformada por el alcohol. Y yo me parezco cada vez más a una caja de galletas. (Ríe). Sí, tal vez el sueño del artista es parecerse a su obra.

P. ¿Le interesa el arte español? ¿Cuáles son sus artistas preferidos?

R. Como todo el mundo, siento pasión por Goya. Velázquez no me llama tanto la atención. Lo que siempre me gustó de España es El Caso.

P. ¿El Caso, ese viejo periódico de sucesos?

R. Sí, he hecho muchas obras con material de El Caso. Había cantidad de fotos de cadáveres. Hice un libro entero con esas fotos de El Caso en Alemania. Eran páginas plateadas, de ese material que rascas un poco y ves lo que hay impreso debajo. Si rascabas encontrabas fotos de gente muerta de forma violenta. Era un contraste brutal.

P. Tiene usted ideas originales, señor Boltanski. Las que se le ocurren a alguien que no hace nada.

Ríe a carcajadas.

P. Podría pensarse que es usted alguien triste y oscuro, pero es lo contrario.

R. Es que amo la vida. Hace falta olvidar que se puede perder toda esperanza. Hay que ser ligero. Es una gran virtud religiosa. Ser ligero. Amar la vida.

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Christian Boltanski. Les ombres. Galería Kewenig. Oratorio de Sant Feliu. Calle Sant Feliu, s/n. Palma de Mallorca. Hasta el 9 de mayo.

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Pie de foto: Christian Boltanski, «Réliquaire», 1990


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Un comentario

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